domingo, 26 de mayo de 2013

Tesoros Arqueológicos atrapados en las Urbes. Capítulo I

El caminante que camina, en su ir y venir cargado de prisas, por calles transitadas de compañeros cotidianos con rostro pero sin nombre, no es consciente de que bajo sus atormentados pies, unos metros de tierra e historia le separa de cientos de tesoros que el tiempo y las prisas de sus antepasados, dejaron enterrados y atrapados en un silencio sepulcral. No es consciente de que, siglos atrás, otros caminantes caminaban de igual manera, en su ir y venir cargado de prisas, por las calles de las  urbes romanas, los poblados íberos o los  castros celtas,  pero sus pies calzaban otro tipo de calzado y sus inquietudes eran otras muy distintas.

Fruto de esas prisas, de la poca importancia de quienes nos precedieron por conservar el gran legado histórico y cultural que nos fueron dejando aquellos protagonistas de la historia, o simplemente el pasar de los días, son los que nos ha permitido conservar, bajo las frías capas de los siglos, pequeñas edificaciones que aquellos personajes de la historia utilizaban en su vida cotidiana y que para nosotros representan verdaderas joyas arqueológicas que nos explican y nos muestran cómo vivían , cómo se divertían y cuáles eran sus costumbres. 

Algunos de esos descubrimientos, en ocasiones de manera fortuita y en la mayoría de manera casual, han brotado de la tierra y han vuelto a respirar asomándose con gran fuerza a este otro mundo y permitiendo que arqueólogos e historiadores, con un cuidado exquisito, nos mostraran la belleza de lo que en sus paredes permanecía ahogado. 

Hispania está sembrada de pequeñas y grandes joyas que se mantienen, aún hoy en el tiempo, y preparadas para que el visitante pueda escuchar el sonido de los aplausos y las voces en un circo romano, emocionarse con los lloros y las ofrendas que una familia dedicaba en una ceremonia fúnebre a un ser querido que emprendía el viaje eterno a los campos Elíseos, o notar el vapor y oler los aromas de los aceites purificadores en unos baños árabes. En definitiva, el visitante pueda sentir que una vez aquel lugar estuvo lleno de  vida.

Te invito a descubrirlos, a visitarlos y a emocionarte con los personajes que te envolverán, con sus historias y leyendas,  volviendo a convertirte de nuevo en protagonista de la historia.

¿Me acompañas?


Mausoleos Romanos de Llíria


      
 
  La antigua Edeta, ciudad íbero-romana y capital social y económica de Edetania es hoy en día un pueblo lleno de vida donde la música es la gran protagonista de una tierra que ha sido centro importante de las culturas y civilizaciones más importantes de la historia de nuestra Hispania. Sus calles están plagadas de un rico patrimonio cultural e histórico que ha permanecido latente hasta que han sido descubiertos muy recientemente. Ese es el caso de los Mausoleos Romanos, un conjunto funerario formados por una base escalonada, un podio y una cámara funeraria situado en la necrópolis de la ciudad y que ha sido catalogado como BIC y que se encuentra en la calle San Vicente dentro de un edificio, con lo que te sorprende gratamente al entrar, ya que parece como si entraras en una máquina del tiempo al cruzar la puerta.












        En este simbólico lugar sagrado conocerás a Eutico, protagonista de las inscripciones halladas en la lápida funeraria e importante personalidad de la Edeta romana en el siglo I. 



La familia romana estaba tan unida que al fallecer uno de sus miembros pasaba a formar parte de los antepasados a los que había que rendir culto. Se transformaba así en uno de los protectores de la familia, los Manes, que se les rendía culto manteniendo vivo el fuego del hogar. La tumba adquiría la categoría de altar, símbolo de la vida sedentaria. Debía de estar en el suelo y no podía cambiar de lugar, ya que los Manes exigían una morada fija a la que estaban vinculados todos los difuntos de la familia. El espacio del enterramiento, sepulchrum, adquiría el carácter de lugar sagrado, locus religiosus, inamovible, inalienable e inviolable. 


El funeral comenzaba  en la casa del difunto. Los familiares lo acompañaban en todo momento para poder darle el último beso y retener así el alma que se escapaba por su boca. Tras el fallecimiento, le cerraban los ojos y se le llamaba tres veces por su nombre para comprobar que realmente había muerto. Después, con sumo respeto  se le  lavaba el cuerpo, se perfumaba con ungüentos y se le vestía para purificarlo y que pudiera así entrar en los Campos Elíseo que era el lugar sagrado donde las sombras de los hombres virtuosos y los guerreros heroicos llevaban una existencia dichosa y feliz.


Los familiares en el mausoleo seguían con su ritual funerario mediante las ofrendas de comida: pan, vino, frutas, uva, pasteles, o flores que se hacían llegar al difunto a través de un orificio en la tumba.


          Eutico así, tendría la oportunidad de volver al mundo de los vivos y reunirse con su amada familia.




Información y reservas con Vía Heraclia

evamartinez@viaheraclia.com






No hay comentarios:

Publicar un comentario