miércoles, 29 de enero de 2014

Al abrigo de los Abrigos Prehistóricos

Escena de caza en la Cova del Cavall en Tirig
 No le tiembla el pulso a pesar de la terrible humedad que cae desde el cielo plagado de estrellas. Ha encendido un pequeño fuego. Totalmente insuficiente para caldear la oquedad de la montaña, pero le proporcionará un atisbo de luz que le permitirá realizar su pequeño dibujo. A la piedra fría, rugosa, no parece importarle si hace frío o calor. A él tampoco parece ya importarle demasiado. No entiende muy bien por qué el calor no dura siempre...invariablemente llega el frío, lo apaga y lo cubre todo. Muchos otros de su grupo no vuelven a sentir el calor de nuevo....el frío también los envuelve y  se los lleva. Se acuerda de algunos que ya no están. Lo que siente debe ser nostalgia. Quiere recordar. Le gustaría recordar. Toca la piedra y parece acariciar un lienzo. Suave. Tensa. Desnuda. La mira. Se miran.

Su mano, ligera y segura, coge el hueso impregnado de rojo. Ese rojo que asusta, pero que representa la vida. La vida que él y algunos de su grupo reproducen sobre la piedra escenificando su día a día. El simple reflejo de lo que sus ojos ven. Sin yugos. Sin obligaciones marcadas por un dios omnipresente que todo lo controla, sin necesidad de ofrecer sus pinturas a otras divinidades para conseguir sus favores terrenales, sin tener que cumplir con mecenas alguno deseoso de perpetuar su nombre, imponiendo su imagen y su poder, por los siglos de los siglos.

    Sus trazos son rectos, sin técnica. Simplemente se deslizan con suavidad y tropiezan con los pequeños montículos que desfiguran la piedra caliza. Él desea dibujarse con sus compañeros en una escena que será mil veces fotografiada y que millones de ojos, iguales a los suyos, observarán ensimismados. Pero eso él no lo sabe. Jamás podría, siquiera,  llegar a imaginarlo.  
Escena de la Cova del Civil en Tirig
En un atisbo de vanidad, comienza a dibujar una figura más alta que las demás. No muestra ningún otro rasgo que le haga destacar del resto de las figuras que lo acompañan en la escena, pero al contemplarla, siente un pellizco de orgullo al verse reflejado en esa figura alta que, llevando un arco en su mano derecha, se muestra valiente rodeado de un grupo de arqueros decididos a enfrentarse a la naturaleza misma, animal contra animal, piel contra piel, vida versus vida.



           Ya otras veces lo había visto. No parecía complicado, pero nunca se había atrevido a realizar una pintura. Sentía el calor que desprendía el pequeño fuego que apenas iluminaba el oscuro abrigo. Cerraba sus ojos para intentar recordar alguna imagen. Seguramente experimentaba algo que, millones de años después, los autores de los maravillosos cuadros que hoy en día visten nuestros museos más importantes en el mundo, darían en llamar "inspiración".

Quiso contemplar la escena. Se alejó ligeramente para poder verla en su totalidad. Algunos cuerpos de los arqueros se curvaban hacia atrás dotando de fuerza su tiro certero. Otros parecían correr con sus piernas totalmente extendidas hacia su victima que espera, resignada, su fin.


Recordaba diferentes escenas pintadas en otras piedras que había visto no muy lejos del lugar. Escenas con animales, con caballos o ciervos que galopan en manada huyendo o una figura femenina trepando por un árbol tratando de recoger miel de una colmena. Resultaba extraño. Sin querer, recordaba todas y cada una de esas escenas sin esfuerzo. Era como si, continuamente, viviera y reviviera, una y otra vez esa misma visión. Cada una de ellas pertenecía a una experiencia vivida. A su propia vida. Una vida en constante movimiento.


Esa era la norma general de nuestro pintor en la prehistoria. En los abrigos levantinos donde, en la actualidad, podemos maravillarnos con la visión de diferentes pinturas rupestres, nuestro artista buscaba representar sus escenas aportando técnicas que nos sugirieran movimiento; carreras de jabalíes o ciervos, figuras formando composiciones en diagonal descendente, en un intento de representación de bajada hacia el valle de animales perseguidos o la exagerada forma alargada o estirada de las figuras humanas con el deseo de mostrar su vitalidad mientras corren, con sus extremidades inferiores abiertas en una zancada perpetua.


Nuestro artista jamás hubiera llegado a imaginar que su pequeño detalle artístico representara una de las grandes maravillas del mundo.Que con su simpleza se llegaran a atesorar como joyas del Patrimonio de la Humanidad.  Que miles de personas estudiaran y se asombraran con sus pequeños e insignificantes dibujos. Que otros miles nos sintiéramos estremecer al contemplar,  en los centenares de abrigos colgados de las cornisas de barrancos, la vida misma que una vez se vivió y se contempló con otros ojos, mientras notamos el calor que aún se percibe en ellos.

Cova Remigia en Ares del Maestre
No tienes más que acompañar a estos artistas y permitir, desde la lejanía que concede los millones de años que os separan, que te cuenten sus historias, porque ellos son grandes contadores de historias. Pueden contarte la historia de "la caza" en la Cova del Cavall de Tirig, donde un grupo de arqueros atacan y disparan sus flechas contra una manada de ciervos, o la historia de "la danza guerrera" en la Cueva del Civil en el Barranco de la Valltorta, donde son representados dos grupos de guerreros enfrentados en lo que parece el comienzo de una batalla o la historia de "los pequeños sacrificios humanos" representados en la Cova Remigia de Ares del Maestre, donde observarás curiosas pinturas que parecen simbolizar sacrificios humanos mostrando figuras ensartadas con flechas.

Acércate al arte más primitivo.  

En silencio, ausentes, permanecen tatuados en los abrigos que abrigan el Levante, restos de pinturas rupestres con las que antepasados Neandertales, desaparecidos hacia el 30.000 a.c., nos obsequiaron, sin saber que hoy, en pleno siglo XXI, seguirían emocionándonos con sus estilizados trazos que representaban su noche y su día.


Camino que lleva hasta la Cova Remigia. Mágico...como de cuento.
Sin duda, pasear por la naturaleza viva acercándote a ellos, te envolverá en una magia distinta. Incluso, todavía, parece sentirse el calor que aquellos pequeños fuegos desprendían. Un calor que quizá, jamás, se atreva a eliminar el obstinado frío.


Información para visitas en Museo de La Valltorta en Castellón

sábado, 18 de enero de 2014

Cuando los Colores pintan el Camino del Cid

Cuando el otoño irrumpe imponiendo su propia paleta de colores, los caminos se ven distintos. Su personalidad cambia. La naturaleza, en su infinita sabiduría, nos ofrece encuadres únicos que plasmados en ocres, anaranjados, rojos y amarillos visten los pequeños pueblos que permanecen sembrados por el conocido Camino del Cid, donde quedaron reflejadas las bienaventuranzas de tan noble personaje. Sus vistas son otras, sus atardeceres caen con una sombra de frío que solo reconfortan las chimeneas de los hogares que caldean el aire y le aportan ese olor característico de hogar, de calor y de madera que lo impregna todo. 

      Con el blanco y los grises que enfrían la piedra, la vida en estos pueblos se aletarga, late en susurro, es tiempo de pequeñas historias al lado del fuego donde se recuperan viejas tradiciones y donde el conocimiento de la veteranía acerca posturas con la febril juventud.

       Y de repente todo es luz, sol, agua...vida. La primavera asoma con fuerza trastornando la tranquilidad y la naturaleza pinta de verdes vivos los caminos heredados. No importa la estación. Tampoco es importante el color con el que se pinte la historia. Estos mágicos pueblos de El Camino del Cid que descubrirás en el legendario Maestrazgo siempre tendrán un color único.
   
       Montando guardia, atenta y diligente, en la frontera que separa Teruel de Castellón,  se alza, majestuosa, Iglesuela del Cid.

Iglesuela del Cid 

Pero fue la propia historia quien se encargó de convertir a este municipio en protagonista a lo largo de los siglos confiriéndoles la magia y el encanto que hoy se respira en la forja de sus ventanas, en sus muros de piedra seca y en los artesonados de sus casas.

         Iglesuela del Cid, a quien los historiadores aragoneses reconocen como la antigua Atheba, ciudad ibera de los edetanos que poblaron estas tierras allá por el siglo IV a.C., ha sido cuna de leyendas y personajes que la atesoraron, como una de las joyas más representativas de la historia del Maestrazgo. Iberos y romanos fueron los primeros pobladores que trabajaron estas tierras hasta el s.IX que se asientan los árabes. En el s. XIII es reconquistada por los cristianos y pasa a manos de la Orden del Temple que la consolidará como núcleo urbano amurallando la villa para protegerla de futuros invasores.
Detalle de la mona tallada en el artesonado de la Casa Guijarro

Pasear por sus calles, es pasear por la historia misma. El esplendor de lo que un día fue una villa de gran importancia por su explotación de lana de ovino  muy apreciada en el mercado italiano, dio lugar a los majestuosos palacios nobiliarios de marcado estilo renacentista, con influencias aragonesas y napolitanas que nos ofrecen una visión señorial en sus calles y en sus plazas.

   Fachadas y portales de sillería, muchas de ellas blasonadas, con techos artesonados donde son representados mensajes subliminales entre casas nobles rivales (como las dos monas talladas en madera que no se quieren escuchar y no se quieren hablar) han hecho posible que Iglesuela del Cid fuera declarada Conjunto Histórico Artístico en 1982 siendo de las primeras poblaciones de Teruel en obtener dicha distinción.

Torre Los Nublos, antigua torre del castillo de los Templarios

Uno de los pocos vestigios que quedan del antiguo castillo de los Templarios es la Torre Los Nublos donde se encuentran los calabozos y las mazmorras que se utilizaron durante los conflictos de la reconquista y donde aun, todavía, parecen escucharse los quejidos y lamentos de las ánimas que vagan errantes por sus oscuros y húmedos zulos.

     Iglesuela del Cid está llena de detalles donde han quedado marcadas las huellas de quienes hicieron de ella una villa con acentuada identidad propia. En la Plaza de la Iglesia, donde puedes admirar la portada plateresca de la Iglesia de la Purificación, encontrarás la Casa Blinque, residencia de condes, duques y marqueses con la inscripción Templaria TAU en su arco. Es en esta pequeña plaza donde convivían los grandes señores de la villa. Junto a la Casa Blinque con su amplio pórtico y sustentado por una gran columna que fue construida con los restos de los poblados anteriores, se encuentra la Casa Palacio Matutano- Daudén, ejemplo de arquitectura noble del s. XVIII. No resulta difícil imaginarse, paseando bajo los tres magníficos arcos ojivales que ofrecen la entrada a la plaza, a señoras ilustres y destacados comerciantes entretenidos en interesante conversación. 

Casa Consistorial que da la entrada a la Plaza de la Iglesia
Como casi todos los pequeños e importantes municipios de esta comarca del Maestrazgo, Iglesuela del Cid sufrió, en carne propia, las devastadoras Guerras Carlistas, en las disputas que enfrentaban a los partidarios de la joven Isabel II, hija del rey Fernando VII con el hermano de éste, su tio Carlos de Borbón, quien se creía con todo el derecho a la sucesión en el trono. La villa, que por su proximidad a Cantavieja, la que fuera base de operaciones  del “Tigre del Maestrazgo”, el general Ramón Cabrera, quedará unida al espíritu guerrillero y partisano de los que decidieron pasar a la historia como baluarte del espíritu de resistencia.


     Ni siquiera la Guerra Civil Española que se ensañó con tantas y tantas joyas arquitectónicas en pueblos y villas como Iglesuela del Cid, la ha despojado de su aura medieval, de la elegancia y majestuosidad de sus casas señoriales. Al pasear por sus empedradas calles parece resonar todavía las pisadas de los monjes guerreros del Temple cabalgando a lomos de sus monturas que chocan sus cascos en la contraída piedra. Ella, como una gran dama del s.XVII se  mantiene inmersa en su propia historia, con una dignidad y una elegancia propia de las mejores estirpes.

Nada parece escapar al tiempo…sólo algunos privilegiados a los que el propio tiempo obsequia con su respeto.

Visita Iglesuela del Cid con las fotos de Vía Heraclia

Artículo de Vía Heraclia también en la revista iHistoriarte.

miércoles, 1 de enero de 2014

Fernando Garrido. Narrador de Leyenda...

"El Palacio-Castillo de Alaquàs es un lugar mágico. En el Castillo –vaya usted a saber por qué capricho de la Naturaleza o de los dioses– inciden, de un modo muy particular y de manera superlativa, las fuerzas cósmicas, el poder de lo oculto; de modo y manera que se producen fenómenos inexplicables que no están sujetos a ningún tipo de ley o de razón; como ocurre en el monumento megalítico de Stonehenge, en la Pirámide del Sol de Teotihuacán, en las Cuevas de Altamira, en el Templo de Apolo o en la Gran Pirámide de Keops …"

Castillo Palacio de los Aguilar (Alaquàs- Valencia)

Las leyes de la naturaleza nos enseñan que las piedras no tienen vida. Son seres inertes. Ni sienten ni padecen. Puede que así sea, pero no habitan indiferentes.

Esas mismas leyes que rigen cualquier tipo de vida, nos revelan que no son posibles ciertos comportamientos de difícil explicación natural. Por ello se les denomina "sobrenatural". Pero lo que sí existen son seres maravillosos dotados de una habilidad aparentemente "sobrenatural" que el resto de los mortales denominamos "magia".





      Leyendo "Fábulas y Leyendas del Castillo de Alaquàs", escrito por Fernando Garrido, llegas a la conclusión de que sí es posible que las piedras te cuenten, que tienen mil historias que esperan impacientes poder ser escuchadas, despacito...sin prisas. Porque ellas tienen todo el tiempo del mundo. Ellas pueden esperar hasta conocer a una persona como Fernando, dotado de esa magia especial, que les permita narrar sus vivencias y poder compartirlas. A veces puede que las piedras se las inventen, otras, quizá, sea el propio Fernando el que ponga en boca de sus confesoras, palabras y relatos nacidos de la inventiva del autor. O puede que, simplemente, quieran jugar con nuestras emociones, de manera conjunta, como dos traviesos pícaros en un astuto complot. Seguramente se diviertan inventando pequeños cuentos que, al pasear por los pasillos del majestuoso Castillo nos hagan estremecer. 

Castillo de Alaquàs de noche


    Escribidor que experimenta conmover y perturbar al amigo lector, se atreve, incluso, a jugar con sus personajes, los cuales son capaces de saltar, en un momento dado, de un relato a otro sin su permiso y cargados de vida propia, se revelan pidiendo más notoriedad de la ya concedida. Rezuman vida entre las páginas. Atado en corto tiene Fernando a Colás el Loco, protagonista de su otra novela "Cuentos Ejemplarizantes" que aparecía, sin permiso, en esta otra obra haciendo de las suyas.







    De lo mágico a lo oscuro...de lo burlesco a lo asombroso. De las frías mazmorras a los pasillos señoriales de precioso artesonado. En cualquier rincón te espera un relato. Puedes sentir el aliento de las voces que aguardan detrás de una puerta. 14 leyendas. 14 pequeñas fábulas donde la historia y los personajes vividos entrelazan sus vidas con quienes protagonizan cada cuento, con acordes de locura, pinceladas de traición y pellizcos de humanidad.

    Samuel, El maestro chocolatero conocedor de las propiedades medicinales de las plantas, la bella Carmina y sus encantos sarracenos conviviendo con cristianos en El Palacio de las cuatro Torres, el soldado de fortuna Nuevededos, pendenciero que pasea su alma por las salas del castillo y espera, eternamente, en la entrada del Palacio mientras afila la hoja de su frío acero en las ranuras de los sillares de piedra de la gran puerta... 


Puedes encontrar los maravillosos libros de Fernando Garrido en obrapropia
¿Te atreves a alternar con semejantes personajes? Puede que incluso te resulten familiares...

  ¿Te gusta el misterio?  ¿Crees en la magia?
Vía Heraclia si... 






Visita a Fernando Garrido en nuestro Rincón del Lector