domingo, 22 de septiembre de 2013

La Bastida de les Alcusses. La Ciudad Ibera Imaginada

 Levantaba el polvo del camino al andar. Su caminar era acompasado, rítmico y monótono. Tiraba sin fuerza de su maltrecho burro, que casi no podía andar con la carga que portaba. En el aire seco del mediodía ya se olía el humo de los pequeños hogares que formaban el poblado. Podía divisar la gran puerta junto a la torre del vigía que resguardaba, junto a la gran muralla, al poblado de posibles ataques. Había llegado a casa.

Antes de cruzar la gran puerta de madera que sellaba su poblado ya se oían las voces de los vecinos que se entremezclaban con los sonidos de los animales en el trasiego de sus días. Saludaba a sus gentes casi sin levantar la cabeza del polvoriento suelo. Hacía días que se había marchado. El jefe del poblado le encargó una pequeña figura, una imagen que representara su poder y su valentía para defender a su pueblo. Quería ofrecer un presente a los dioses, un regalo digno de su rango. Pronto se lo llevaría y el jefe le pagaría. Como siempre. Aunque él sentía que aquel no era un encargo como otros muchos que había hecho a otros vecinos importantes de los poblados cercanos. Tampoco aquel iba a ser un día normal. 

Entró en su modesta vivienda dejando a su agotado burro en el pequeño patio que tenía a la entrada de la casa. Le dio varias palmadas en el duro lomo agradeciéndole el esfuerzo. Los dos necesitaban descansar en la tranquilidad del hogar. Cargó sus bártulos y entró en la pequeña sala donde se reunía su familia dejando caer los bultos sobre los bancos de piedra. Buscó en su bolsa de lana y sacó el pequeño guerrero que el jefe le había encargado para su ofrenda. Una sonrisa apareció en su rostro. El pequeño guerrero también pareció sonreirle. Escuchó gritos que le sobresaltaron. Miró hacia la puerta y vio a la gente corriendo con el pánico reflejado en sus ojos. Dejó la pequeña figura dentro de una caja sobre un estante de piedra y salió a la calle. El poblado estaba siendo arrasado. Decenas de personas corrían despavoridas levantando el polvo de las calles.Las madres iban gritando con sus hijos en brazos. nadie parecía entender nada. Ya no se olía el humo de los hogares, todo el poblado era una nube de humo. Salió corriendo sin saber dónde ir. Tenía que proteger a su familia. El jefe del poblado tendría que defenderlos...pero su ofrenda a los dioses se había quedado guardada en una caja. Nadie sabía de él. Nadie conocía de su existencia. Ni siquiera los dioses.
Guerrero de Moixent. Museo de Prehistoria de Valencia

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