jueves, 28 de febrero de 2013

Calzándonos Las Sandalias. De La Antigua Via Heraclia A La Actual Via Augusta


La Vía Augusta era una de las principales vías de comunicación del Imperio Romano, siendo la calzada más larga de la Península Ibérica con sus 1.500 Km. de recorrido, desde los Pirineos hasta Cádiz. Utilizando en parte tramos de épocas anteriores, entre ellas la Via Heraclia, y  debe su nombre al emperador Augusto, que ordenó su unión total y su acondicionamiento para ser utilizada entre los años 8 y 2 a.C.
La Generalitat Valenciana ha puesto en marcha en el año 2011 el Plan Director de Recuperación de la Vía Augusta en la Comunitat Valenciana. Va a recuperar 450 Km. de la Vía Augusta entre las tres provincias de la Comunidad, desde Traiguera, por el norte, hasta Pilar de la Horadada, por el sur. Igualmente va a rehabilitar el miliario de Mas de L'Arc e instalar un centro de información de la Vía.

La Vía Augusta a su paso por la Comunidad Valenciana visita once municipios de la provincia de Castellón, veinticuatro de Valencia y doce de Alicante.  En numerosos rincones de estos municipios se conservan construcciones de aquella época que, calzándonos las sandalias adecuadas para tal recorrido, nos permiten transformarnos en mercaderes de ánforas, médicos itinerantes o comerciantes de lanas.

Una de las construcciones más importantes de la Vía Augusta a su paso por la Comunitat Valenciana es el arco romano de Cabanes, en la provincia de Castellón, donde se hallan también dieciséis miliarios romanos. Aquella Via Augusta pasaba por los  municipios de Traiguera, La Jana, San Mateu, La Salzadella, Les Coves de Vinromà,  La Pobla de Tornesa, Borriol, Vila-Real, Borriana y Xilxes.

 En la provincia de Valencia se mantienen construcciones muy significativas en  Sagunto (con restos de una domus, del circo romano y un mausoleo). También en la capital,  Valencia  se conservan restos de la ciudad romana de Valentia en L'Almoina,  L'Alferet en Albalat de la Ribera, en Xátiva el  Ninfeo de la calle Sariels y en Moixent el "Ad Statuas".

         En la provincia de Alicante, municipios como  Villena, Sax, Elda, Monóvar, Aspe, El Rebolledo, Torrellano, Elx, Rojales y Benijófar eran cruzados por la transitada calzada romana.

La Generalitat también va a recuperar 180 Km. de la Vía Dianium, ramal de la Vía Augusta, que conecta las poblaciones costeras desde Albalat de la Ribera hasta Alicante, pasando por Dénia, Teulada, Altea, Benidorn, La Villa Joiosa, El Campello, San Juan y Alicante.

martes, 26 de febrero de 2013

“El dragón del Patriarca ” de Vicente Blasco Ibáñez (1902 )


Sin duda, las leyendas y cuentos que rodean algunos lugares de nuestra comunidad, envuelven en un halo de misterio los detalles más simples y sencillos transformando su visita en una pequeña e interesante historia que compartir en familia.

      Los niños, pequeños protagonistas de sus propios cuentos, son capaces de nutrirse y enriquecerse culturalmente visitando, de la mano de sus mayores, rincones que a nosotros nos atraen, participando de la magia y el encanto  de lo que para ellos es desconocido.

     Uno de esos pequeños misterios, es el conocido Dragón del Patriarca. Dicen algunos que está allí como símbolo del silencio, y con igual significado aparece en otras iglesias del reino de Aragón, imponiendo recogimiento a los fieles.

     Os invito a preparar una curiosa visita para conocer en la Iglesia del Colegio del Patriarca, fundada por el beato Juan de Ribera, en pleno centro de la ciudad, al feroz Dragón, encaramado en la pared del vestíbulo, en forma de caimán que da la bienvenida a los visitantes con silencio desmedido.

     Para sumergirnos en ese halo de misterio  tan necesario, nos cogeremos de la mano de don Vicente Blasco Ibañezy de su cuento “El dragón del Patriarca ” que escribió en 1902.

        “Era cuando Valencia tenía un perímetro no mucho más grande que los barrios tranquilos, soñolientos y como muertos que rodean la Catedral. La Albufera, inmensa laguna casi confundida con el mar, llegaba hasta las murallas; la huerta era una enmarañada marjal de juncos y cañas que aguardaba en salvaje calma la llegada de los árabes que la cruzasen de acequias grandes y pequeñas, formando la maravillosa red que transmite la sangre de la fecundidad; y donde hoy es el Mercado extendíase el río, amplio, lento, confundiendo y perdiendo su corriente en las aguas muertas y cenagosas.

     Las puertas de la ciudad inmediatas al Turia permanecían cerradas los más de los días, o se entreabrían tímidamente para chocar con el estrépito de la alarma apenas se movían los vecinos cañaverales. A todas horas había gente en las almenas, pálida de emoción y curiosidad, con el gesto del que desea contemplar de lejos algo horrible y al mismo tiempo teme verlo.

     Allí, en el río, estaba el peligro de la ciudad, la pesadilla de Valencia, la mala bestia cuyo recuerdo turbaba el sueño de las gentes honradas, haciendo amargo el vino y desabrido el pan. En un ribazo, entre aplastadas marañas de juncos, un lóbrego y fangoso agujero, y en el fondo, durmiendo la siesta de la digestión, entre peladas calaveras y costillas rotas, el dragón, un horrible y feroz animalucho, nunca visto en Valencia, enviado, sin duda, por el Señor -según decían las viejas ciudadanas- para castigo de pecadores y terror de los buenos.

     ¡Qué no haría la ciudad para librarse de aquel vecino molesto que turbaba su vida!... Los mozos bravos de cabeza ligera -y bien sabe el diablo que en Valencia no faltan- excitábanse unos a otros y echaban suertes para salir contra la bestia, marchando a su encuentro con hachas, lanzas, espadas y cuchillos. Pero apenas se aproximaban a la cueva del dragón, sacaba este el morro, se ponía en facha para acometer, y partiendo en línea recta, veloz como un rayo, a este quiero y al otro no, mordisco aquí y zarpazo allá, desbarataba el grupo; escapaban los menos, y el reto paraba en el fondo del negro agujero, sirviendo de pasta a la fiera para toda la semana.

     La religión, viniendo en auxilio de los buenos y recelando las infernales artes del Maléfico en esta horrorosa calamidad, quiso entrar en combate con la bestia; y un día, el clero, con su obispo a la cabeza, salió por las puertas de Valencia, dirigiéndose valerosamente al río con gran provisión de latines y agua bendita. La muchedumbre contemplaba ansiosa desde las murallas la marcha lenta de la procesión, el resplandor de las bizantinas casullas con sus fajas blancas orladas de negras cruces, el centellear de la mitra de terciopelo rojo con piedras preciosas y el brillo de los lustrosos cráneos de los sacerdotes.

     El monstruo, deslumbrado por este aparato extraordinario, les dejaba aproximarse; pero pasada la primera impresión, movió sus cortas patas, abrió la boca como bostezando, y esto bastó para que todos retrocediesen con tanta prudencia como prisa, precaución feliz a la que debieron los valencianos que la fiera no se almorzara medio cabildo.

     Se acabó. Todos reconocían la imposibilidad de seguir luchando con tal enemigo. Había que esperar a que el dragón muriese de viejo o de un hartazgo; mientras tanto, que cada cual se resignara a morir devorado cuando le llegara el turno. Acabaron por familiarizarse con aquel bicho ruin como con la idea de la muerte, considerándolo una calamidad inevitable, y el valenciano que salía a trabajar sus campos, apenas escuchaba ruido cerca de la senda y veía ondear la maleza, murmuraba con desaliento y resignación:

     -Me tocó la mala. Ya está ahí “ese”. Siquiera que acabe pronto y no me haga sufrir.

     Como ya no quedaban hombres que fuesen en busca del dragón, éste iba al encuentro de la gente, para no pasar hambre en su agujero. Daba vuelta a la ciudad, se agazapaba en los campos, corría los caminos, y muchas veces, en su insolencia, se arrastraba al pie de las murallas y pegaba el hocico a las rendijas de las fuertes puertas, atisbando si alguien iba a salir.

     Era un maldito que parecía estar en todas partes. El pobre valenciano, al plantar el arroz encorvándose sobre la charca, sentía en lo mejor de su trabajo algo que le acariciaba por cerca la espalda, y al volverse tropezaba con el morro del dragón, que se abría y se abría como si la boca le llegase hasta la cola, y ¡zas! de un golpe lo trituraba. El buen burgués que en las tardes de verano daba un paseíto por las afueras, veía salir de entre los matorrales una garra rugosa que parecía decirle: “¡Hola, amigo!”, y con un zarpazo irresistible se veía arrastrado hasta el fondo del fangoso agujero, donde la bestia tenía su comedor.

     Al mediodía, cuando el dragón, inmóvil en el barro como un tronco escamoso, tomaba el sol, los tiradores de arco, apostados entre dos almenas, le largaban certeros saetazos. ¡Tontería! Las flechas rebotaban sobre el caparazón y el monstruo hacía un ligero movimiento, como si en torno de él zumbase un mosquito.

     La ciudad se despoblaba rápidamente, y hubiese quedado totalmente abandonada a no ocurrírseles a los jueces sentenciar a muerte a cierto vagabundo, merecedor de horca por delitos que llamaron la atención en una época en que se mataba y robaba sin dar a esto otra importancia que la de naturales desahogos.

     El reo, un hombre misterioso, una especie de judío, que había recorrido medio mundo y hablaba en idiomas raros, pidió gracia. Él se encargaba de matar al dragón a cambio de rescatar su vida. ¿Convenía el trato?... Los jueces no tuvieron tiempo para deliberar, pues la ciudad les aturdió con su clamoreo. Aceptado, aceptado; la muerte del dragón bien valía la gracia de un tuno.

     Le ofrecieron para su empresa las mejores armas de la ciudad; pero el vagabundo sonrió desdeñosamente, limitándose a pedir algunos días para prepararse. Los jueces, de acuerdo con él, dejáronle encerrado en una casa, donde todos los días entraban algunas cargas de leña y una regular cantidad de vasos y botellas recogidos en las principales casas de la ciudad. Los valencianos agolpábanse en torno de la casa, contemplando de día el negro penacho de humo y por la noche el resplandor rojizo que arrojaba la chimenea. Lo misterioso de los preparativos dábales fe. ¡Aquel brujo sí que mataba al dragón!...

     Llegó el día del combate, y todo el vecindario se agolpó en las murallas, anhelante y pálido de ansiedad. Colgaban sobre las barbacanas racimos de piernas; agitábanse entre las almenas inquietas masas de cabezas. Se abrió cautelosamente un postigo, dejando sólo espacio para que saliera el combatiente, y volvió a cerrarse con la precipitación del miedo. La muchedumbre lanzó una exclamación de desaliento. Aguardaba algo extraordinario en el paladín misterioso, y le veía cubierto con un manto y un capuchón de lana burda, sin más arma que una lanza… ¡Otro al saco! Aquel judío se lo engullía la malhadada bestia en un avemaría.  Pero él, insensible al general desaliento, marchaba en línea recta hacia la cueva. Justamente, el dragón hacía días que estaba rabiando de hambre. Quedábase la gente en la ciudad, y la fiera ayunaba, rugiendo al husmear el rebaño humano guardado por las fuertes murallas.

     Vieron todos cómo al aproximarse el vagabundo asomaba por el embudo de barro el picudo morro de la fiera y sus rugosas patas delanteras. Después, con un pesado esfuerzo, sacó del agujero el corpachón escamoso por cuyo interior había pasado medio Valencia. ¡Brrrr! Y rugiendo de hambre, abrió una bocaza que, aún vista de lejos, hizo correr un estremecimiento por las espaldas de todos los valencianos. Pero al mismo tiempo ocurrió una cosa portentosa. El combatiente dejó caer al suelo la capa y la capucha, y todo el pueblo se llevó las manos a los ojos como deslumbrado. Aquel hombre era un ascua luminosa, una llama que marchaba rectamente hacia el dragón, un fantasma de fuego que no podía ser contemplado más de un segundo. Iba cubierto con una vestidura de cristal, con una armadura de espejos en la que se reflejaba el sol, rodeándolo con un nimbo de deslumbrantes rayos.

     La bestia, que iba a lanzarse sobre él, parpadeó temblorosa, deslumbrada, y comenzó a retroceder. El vagabundo avanzaba arrogante y seguro de la victoria, como en la leyenda wagneriana el valeroso Sigfrido marchaba al encuentro del dragón Fafner.

     Los rayos de la armadura anonadaban a la fiera. Su espantable figura, reproducida en la coraza, en el escudo, en todas las partes de la armadura con infinito espejismo, la turbaban, obligándola a retroceder. Al fin, cegada, confusa, presa del mareo de lo desconocido, se dejó caer en su agujero, y con un supremo esfuerzo, por conservar su prestigio, abrió la bocaza para rugir ¡Brrrr! ¡Allí de la lanza! La hundió toda en las horribles fauces del deslumbrado monstruo, repitiendo los golpes entre los aplausos de la muchedumbre, que saludaba cada metido como una bendición de Dios. Los chorros de sangre negra y nauseabunda mancharon la límpida armadura, y enardecidos por la agonía del enemigo, todos los vecinos salieron al campo. Hubo algunos que por llegar antes se arrojaron de cabeza desde las murallas, siendo con esto las postreras víctimas del dragón. Todos querían ver de cerca al monstruo y abrazar al matador. ¡Se salvó Valencia! Desde aquel día comenzó a vivir tranquila.

     De tan memorable jornada no ha quedado el nombre del héroe ni siquiera su maravillosa armadura de espejos. Sin duda se la rompieron en plena ovación, al llevarle triunfante de abrazo en abrazo.

     Pero queda el dragón, con su vientre atiborrado de paja, por donde pasaron muchos de nuestros abuelos. Y quien dude de la veracidad del suceso, no tiene más que asomarse al atrio del Colegio del Patriarca, que allí está la malvada bestia como irrecusable testigo”

jueves, 21 de febrero de 2013

De cómo ha evolucionado la gastronomía hasta nuestros días

     Curioso es cómo la gastronomía ha ido evolucionando a lo largo de la historia. De cómo personajes importantes, y no tanto, hacían de sus costumbres y gustos, leyes que han llegado hasta nuestros días, en forma de productos, normas protocolarias, utensilios y recetas que llenan, libros y más libros.
     Curioso es, también, el cómo fueron evolucionando las técnicas de preparación, de cocción y degustación de la materia prima de la que disponían, hasta elaborar platos que aún hoy en día, servimos en nuestras mesas.
     Curioso es, sin duda, que muchos de aquellos momentos, representados en sencillas comidas campesinas o recargados banquetes servidos en distintas épocas, perduren, hasta nuestros días, en nuestra vida cotidiana.

     Sumérgete en momentos de la historia, de tus antepasados, acompañado de una increíble música….para disfrutar.







Para conocer más puedes visitar:   Saboreando





martes, 19 de febrero de 2013

Seamos protagonistas de la Historia

 


    La Vía Heraclia era el primer camino trazado por los helenos ya en el siglo VI a.c. que unía el levante con el sur de España, en un trasiego de comerciantes y futuras civilizaciones que recorrerían la península intercambiando culturas. Gran parte de su trazado fue aprovechado, siglos después por los invasores romanos para construir su famosa Vía Augusta, que unía nuestra  rica y productiva península con el poder de Roma, siguiendo el curso de la Vía Domitia.






    Desde entonces, todas y cada una de aquellas civilizaciones, crearon, para nuestros sentidos, centenares de rincones, cargados de olores, sabores, paisajes y texturas, que hacen de nuestra comunidad, un maravilloso destino donde perderse y disfrutar, encontrando, nosotros mismos,  rutas personales que nos permitan vivir nuestra particular historia como herederos del gran patrimonio natural y cultural de nuestras comarcas a través de los sentidos.

    Escuchar el agua en manantiales y ríos donde practicar turismo activo  y de multiaventura en montaña para los que buscan experiencias fuertes, o escuchar el susurro del mar en las increíbles playas y calas que recorren nuestras costas.

    Caminar por senderos en compañía de amigos o niños a los que enseñar y sorprender, sentir el aire en el rostro  a bordo de nuestra bici al practicar cicloturismo por nuestras impresionantes Vías Verdes y rutas de las BTT, donde impregnarnos de los aromas de la tierra, del mar...

    Observar, en  los diversos centros de interpretación de la naturaleza, la vida  que nos rodea, serena y salvaje, participando activamente en talleres y actividades para todas las edades. o en  miles de pueblos que tienen cosas que contarnos, descubrir sus costumbres y tradiciones más representativas.

    Sentir bajo nuestros pies y a través del tacto de nuestras manos, las piedras de castillos, iglesias y edificios representativos del poder arquitectónico de las civilizaciones que dominaron nuestra península, arquitectura,  pintura y cualquier estilo de arte que ha quedado plasmado en nuestras calles y museos  donde se puede apreciar el rico patrimonio cultural que hemos heredado sin olvidarnos de uno de los grandes sentidos que mueve al mundo; el sentido del gusto. 

    Recrearnos en cada rincón, disfrutar de los sabores de antaño, sabores tradicionales elaborados con productos autóctonos y la nueva cocina donde se fusionan ambos mundos, equilibrados  por el olor de la tierra, del mar y del fruto de sus  personales viñas.

     Para cada sentido, un placer.  En compañía de amigos, en familia, con pareja o en soledad, la Comunidad Valenciana es, en sí misma, un destino perfecto donde disfrutar, aprender y relajarnos. Sigamos escribiendo la historia. Seamos protagonistas también de ella.